Hay pocas cosas peores para un cómico que ser fan de Ismael Serrano. Bueno sí… Hay algo peor. Ser fan de Ismael Serrano y decirlo. Perdón. Hay algo peor aún: ser fan de Ismael Serrano, decirlo y hacerse amigo suyo. Porque cuando uno le conoce, automáticamente, tiene que tirar a la basura todos los chistes de cantautores tristes de su repertorio. ¡Precisamente los que más celebra el público! Así que aprovecho este espacio que tan amablemente me cede – encima es generoso – para decirle: ¡Vete a la mierda, Ismael Serrano!
 
Porque digo yo… ¿Qué le costaría a él ceñirse escuetamente a lo que se pide a un cantautor? A saber: bufanda, guitarra ajada – a poder ser con un símbolo de la paz grabado a navaja –, mucha paja mental, mucho porro, otro poco de tópicos, una cucharadita de nostalgia rancia y unos dientes amarillos a modo de tarjeta de visita. Y, ante todo, ego. Tanto ego que haga imposible sentir la más mínima empatía hacia él. ¿Cómo hacerlo con un llorón de boca azul que cierra los ojos para no ver al de enfrente y le dedica las canciones a su ombligo?
 
Esas eran las reglas. El cantautor a sus penas y los cómicos a nuestros chistes de cantautores. Todo correcto. La rueda gira. Pues no… Resulta que Ismael Serrano se empeña en seguir contando cosas que nos resuenan en el pecho. Historias en las que te sientes protagonista y no espectador. Y además, va el tío y las actualiza. Y así en este disco encontrarás canciones que hablan del 15M y las Mareas (“El día de la ira”), del desconcierto de acercarse a los 40 con la mochila vacía (“Apenas sé nada de la vida”), de cuentos sobre la manipulación mediática y los desahucios (“Rebelión en Hamelín”, “La casa y el lobo”), de lo tierna y estúpida que se ve la adolescencia desde aquí (“Éramos tan jóvenes”) o de la terca, necesaria y eterna invitación de la vida a ser feliz, aunque haya que intentarlo a golpe de rabia y de pancarta… (“La llamada”).
 
Por eso, aunque me cueste las risas del gremio, debo reconocer que sigo siendo fan de este tío. Entre otras cosas, porque le canta a lo que yo escondo. Porque escucharle es prestar atención a la parte de mí con la que casi no hablo. A la que protejo con esa máscara que todos nos ponemos para salir al mundo y que Ismael se empeña en arrancarnos. Qué cabrón. Qué necesario. ¿Qué os puedo decir? Una vez más… Acudiré a su llamada.